La mesa estaba preparada
para dos, comida, helado, fresas y un buen vino Marqués de Casa Concha de la viña Concha y Toro, copas
repletas y un deseo insaciable de poseerla, conversamos de las cosas básicas
acerca de nuestra ajetreada semana producto del trabajo y asunto personales,
sentía que era eterna la cena, pero me alimentaba contemplando su sonrisa, su
mirada, su melena, esa manera particular de llenarme completamente y hacerme
sentir seguro.
— ¿Has terminado? siéntate
en el sofá y busca la película en Netflix mientras yo ordeno esto…
—De eso ni hablar. Hoy me
toca a mí recoger. —Se levantó y recogió los platos. Mientras tanto la miraba
moverse de un lado a otro y tomaba mi copa de vino, una silueta esbelta, una
mujer encantadora.
—¿Traes la almohada?
—Dijo al salir de la cocina, mientras se sentaba en el sofá y tomaba el control
del televisor para seleccionar la película.
—Vamos, Cielo, ven aquí.
—Dio unos golpecitos al sofá indicando que esperaba que me se sentara a su
lado.
—Ya voy. Me acerqué al sofá
y, para mantener un poco las distancias, le di su almohada y puse un cojín
entre los dos con la excusa de apoyarme mejor. No quería estropear la noche, y
si me sentaba demasiado cerca no sería capaz de controlar las ganas que tenía
de besarla.
La
película empezó. Yo no la había visto, pero estaba más interesado en mirarla que
en otra cosa. Era fascinante ver cómo se sorprendía, se asustaba, y eso que,
según ella, ya la había visto un montón de veces. Pero cuando el muñeco intenta
asesinar a la niñera, ella se abrazó a mí y me se quedó petrificado.
—¿Qué
te pasa?
—Odio
esta escena. Me pone los pelos de punta. Mientras tanto tenía la cabeza pegada
a mi pecho.
—Pero
si ya la has visto, ya sabes lo que va a pasar. —Yo estaba perplejo, y empezaba
a costarme respirar; por no hablar del problema que empezaba a tener entre las
piernas.
—Ya
sé que no tiene lógica, pero no puedo evitarlo. Cuando acabe, me avisas. Y
estuvo allí hasta q culmino la escena; ya está, ya ha salido de la habitación,
ya puedes darte la vuelta. Sin embargo, no hice ningún esfuerzo para que ella
se soltara.
Ella
se volvió, pero no recuperó su posición inicial, sino que se quedó a mi lado,
apoyó la cabeza en mi pecho y puso la mano encima de su cadera. La excusa de
los sustos de la película era perfecta y eso no me importaba, incluso me
acomode para que ella pudiera acercarse más y le pase mi brazo por su espalda.
A medida que la historia de avanzaba, estábamos cada vez más abrazados, yo le
acariciaba el brazo cuando ella se asustaba y ella me recorría suavemente con
las manos el abdomen o el muslo.
Ninguno
de los dos decíamos nada. Cuando llegó la escena final, ella se levantó para ir
por una copa de vino, señalando mi copa con un gesto de ¿Quieres más? A lo cual
asentí.
Se
acercó con las dos copas, y se sentó justo a mi lado, la mire a los ojos. Le
temblaban las manos; bajó suavemente la cabeza y la bese. Eran unos besos
suaves, ligeros, como de mariposas. Le bese las mejillas, los párpados, los
labios, la nariz. Ella estaba perpleja, le tome las manos y empecé a besarle
las puntas de los dedos.
—Alexander,
¿qué haces? —Mientras a ella empezaba a costarle respirar.
—Besarte.
Pero no debo de estar haciéndolo muy bien si tienes que preguntármelo. —Así q sonreí
porque sabía que le gustaba mira mi sonrisa, mientras seguía con el camino de
besos que estaba dibujando ya en su muñeca.
—No,
lo haces muy bien. Estoy segura de que te lo habrán dicho muchas veces. Demasiadas.
Lo que quiero saber es por qué. —Ella cerró los ojos, y yo le estaba besando el
cuello y le acariciaba la espalda.
—Nunca
nadie como tú. Cielo, ¿me escuchas? Me estás volviendo loco, no puedo
concentrarme en el trabajo, ando como trastornado todo el día, pensando en lo
que debes de estar haciendo, y por las noches no puedo dormir. Estas últimas
semanas me he dado cuenta de una cosa, me separe un poquito de ella, aunque sin
soltarle las manos, quería seguir tocándola; no sé cómo detener esto entre los
dos, no quiero que te vayas, pero tampoco sé cómo pedirte que te quedes.

—¿Quieres
que me quede? —Ella me acarició la rodilla.
—Sí,
creo que sí. ¿estás seguro? —Ella se
paró delante de mí, mirándome directamente a los ojos.
—Sí
—respondí sin dudar ni un segundo—. ¿Y tú?, ¿quieres quedarte? —Sí.
Solté
el aire que no sabía que estaba reteniendo en los pulmones, y la besé. Ella
estaba apoyada contra la pared, la tenía atrapada, había colocado cada una de
sus manos al lado de su cabeza, y con el vientre y las piernas la mantenía totalmente
prisionera. Tampoco era que Ella quisiera ir a ninguna otra parte; por nada del
mundo. Los besos habían comenzado dulces, despacio, pero ahora eran cada vez
más hambrientos. Los dos hacíamos esfuerzos por respirar, una actividad demasiado
sobrevalorada. Me apreté aún más contra ella, como si quisiera fundirme con su
cuerpo, y abandoné mi boca para centrar la atención en su cuello. Le lamia el
interior de la oreja y ella gimió. Notar mis labios contra su piel era algo que
pensaba que no volvería a suceder.
—Alex.
—A ella le costaba respirar—. Me tiemblan las rodillas. —Eso es bueno le dije
mientras seguía besándole el cuello. Con una mano empecé a quitarle la camiseta
a la vez que metía una rodilla entre sus piernas. Apreté mi erección contra su
cuerpo y volví a besarla. Su boca me volvía loco, su forma, su textura, cómo temblaba
cuando estaba cerca, cómo se movía a mi ritmo. Nunca se había fijado en esos
detalles, pero con ella todos parecían importantes. Sus suspiros, sus temblores.
Todo.
—Tu
olor. Casi me vuelvo loco estas semanas, oliéndote. ¿Sabes que antes de meterme
en la ducha huelo tu perfume? —Estaba tan excitado que no me daba cuenta de lo
que decía, sólo era consciente de que necesitaba tocarla, besarla, estar dentro
de ella. Tenía que recuperar el control o todo acabaría demasiado pronto, y si
de algo estaba seguro era de que ella merecía más que un revolcón rápido en el
suelo. Así que dejé de besarla y volví a centrar su atención en su cuello. Era
preciosa, tenía una piel suave y respondía a mis caricias con una naturalidad
que me volvía loco.
Los
dos habíamos perdido un tiempo precioso estando separados, Ella colocó una de
sus manos en mi erección, lo acarició y, cuando notó que me apretaba aún más
contra su mano, me lo acarició con más fuerza. Apartó la mano un segundo con la
intención de repetir la caricia, esta vez sin la barrera del mono. Aunque éste
no era un gran impedimento: el algodón era delgado; no me veía capaz de
aguantar sus caricias directamente sobre mi piel. Quería, necesitaba que ella
estuviera tan al límite como yo antes de hacer el amor. Siempre había sido un
amante generoso y siempre me preocupaba por mis parejas, pero Ella era... No
sabía qué era, sólo sabía que todo aquello era nuevo para mí, y que quería que
fuera especial. Tanto en la cama como fuera de ella. Quería que ella se
quedara, que fuera mía. La mordí suavemente. Primero sólo iba a besarla otra vez
en el cuello, pero al sentir cómo temblaba, la mordí un poco más fuerte, sin
hacerle daño; nunca le haría daño. Sólo quería sentirla mía, y cuando la noté
temblar y apretarse aún más contra su vientre, vi que a ella también le
gustaba.
—Creo
que empiezo a entender por qué te deseaba tanto, tu sabor es mejor que el olor,
más intenso. Y antes de que ella pudiera contestar, la bese. Un beso húmedo,
profundo, que ninguno de los dos podría olvidar nunca. Nuestras lenguas se
acariciaron, ella me mordió el labio inferior y yo tome posesión de su boca.
Nos saboreamos. Para ella, el sabor de mi boca era un sueño hecho realidad, le
encantaba cómo mi lengua la acariciaba; como si fuera una fruta exótica, como
si quisiera impregnarse de ella. A ella se le notaba el pulso acelerado, tenía
que tocarme, sentir mi piel contra la de ella, comprobar que mi corazón latía
tan rápido como el de ella, cómo temblaba si lo tocaba, cómo sudaba al tenerla
cerca, de modo que le quite la camiseta y me acarició la espalda. Cuando sentí
que temblaba tanto como ella, me recorrió un escalofrío.
Ella
se movía contra mi erección, me acariciaba la espalda y me lamió el sudor del
cuello. Yo centré mi atención en los pechos, sus senos eran un delirio, primero
le recorrí el cuello con la lengua hasta encontrar la tira del sostén, que
resiguió hasta llegar a su objetivo. No la desnude, sino que bese el encaje
rosa, se lo acaricie.
—Me
gusta tu ropa interior. Es femenina y delicada. Como tú —digo todo eso sin
separarme ni dos milímetros de ella. Ella notaba cómo mi respiración le acariciaba
la piel. No recordaba haber estado tan excitada en su vida. Yo estaba concentrado
besándola, y al rozar sus pechos, me excite aún más al ver cómo se erguían sus
pezones contra el algodón del sujetador.
—Alex,
apenas podía decir mi nombre— le besaba el pecho como si tuviera todo el tiempo
del mundo. Con la lengua dibujaba su forma, con los labios los reseguí—. Aaale.
—Ella me apretaba los hombros, y le notaba la espalda húmeda de sudor—. aLexx,
vamos a la cama.
—No.
—En esos momentos estaba muy ocupado besando su estómago. Había dejado los
pechos en un intento de recuperar un poco de control, yo seguía besándole todo
su abdomen, pero ahora una de sus manos estaba en la cintura de su pantalón de
algodón gris. Me había agachado y le besaba el ombligo. La mano que había
apoyado en su cadera le acariciaba otra vez la espalda y, cuando encontré el
cierre de su pantalón lo desabroche y lo baje mientras besaba sus piernas y su
pelvis encima del algodón de su panty. Entonces me incorpore, volví a colocarme
a su altura y la bese.
Ella
temblaba. Me devolvió el beso con fuerza, ella también estaba al límite. Le
quite el sujetador y lo tire al suelo. Nos besamos, y ahora que estábamos piel
contra piel, los pulsos de ambos se aceleraron, el sudor de los dos, las
lenguas de los dos, el corazón de los dos parecía tener el mismo objetivo;
entrar en el otro. Ella fue la primera en separarse. Tenía que serenarse, nunca
había sentido nada parecido y estaba un poco asustada. Era la primera vez que
hacía el amor.
Ahora
yo le estaba entregando mucho más que mi cuerpo y ella estaba tan excitada que
era como si su propia piel le quemara, como si el corazón le explotara. La
respiración se le había descontrolado, y ya no sentía nada que no fueran los
labios, mis manos sobre ella.
—No
tienes que preocuparte por eso. Estoy a punto de... Me desate también el cordón
de los monos con una mano y cayó al suelo. Baje la cabeza y le miró los pechos,
sin el sujetador eran aún más bonitos, perfectos. Se los bese, esta vez
desnudos. Le mordí suavemente cada uno de ellos y luego besé las pequeñas
marcas de sus dientes.
—Aleex..
ya había perdido totalmente el control, temblaba, y sólo quería que la tocara,
que le hiciera el amor. Así que bajé aún más y volví a besarle el ombligo y cada
una de las pecas que encontré a su paso hasta llegar a la ropa interior.
Entonces lamí la piel que quedaba justo sobre la cinturilla, y con una mano empecé
a desnudarla.
—Alex.
Te deseo decía con voz temblorosa y agitada. —Ella tenía la cabeza apoyada en
la pared, los ojos cerrados y los dedos entre mi cabello, que ahora estaba
totalmente de rodillas frente a ella.
—No
puedo evitarlo. —Le bese el vientre y lenta, muy lentamente, la desnude—. No
puedo dormir pensando en esto. O lo hago o me vuelvo loco. —Le puse las manos
en las nalgas y la empujó suavemente contra su boca, pasaba mi lengua en su
jugosa vagina, sentía su sabor como antes lo había deseado, mi lengua recorría
toda su vagina y mis labios chupaban su clítoris.
—Alee,
¡Ay!
Ella
temblaba por completo, las piernas se le derretían, el sudor le resbalaba por el
cuello, tenía el pulso descontrolado, y entonces sintió cómo también me estremecía,
cómo la besaba, cómo la acariciaba y cómo aquello le afectaba.
—Aale.
—Estaba tan excitada que ni siquiera podía pensar—. Alex, llévame a la cama.
—Se mordía el labio inferior—. Por favor... Yo seguía besándola, devorándola,
era sexy, dulce, quería absorber su olor, su sabor, su pasión. Entonces apretó
los dedos que tenía entre mi cabello y sintió cómo se le doblaban las rodillas.
La tome en brazos, me levante y cargue mientras ella me besó en el cuello. Le
encantaba cómo olía.
Entramos
en mi habitación y la tumbe en la cama.
—Princesa.
—Deposite unos besos en sus mejillas—. ¿Estás bien? —Me tumbe a su lado, con la
cabeza apoyada en una mano y con la otra acariciándole un brazo. —Sí, pero te
echo de menos. —Se incorporó y me besó con pasión—. Quiero hacer el amor
contigo. —Le tembló un poco la voz, nunca había estado así con nadie. Evidentemente,
había estado con hombres antes, chicos que le habían gustado y con los que
había disfrutado, pero nunca con nadie que la completara, que la hiciera sentir
que todas las películas de amor tenían sentido.
—Yo
también quiero hacer el amor contigo. Ella volvió a besarme, acarició mi pecho,
deslizó su mano hasta el abdomen, sus labios empezaron entonces un camino
descendente; me besó la mandíbula, la nuez, dibujó mi pecho con su lengua
lenta, húmeda. Le encantaban los ruidos que yo hacía y mis esfuerzos para no
gritar. Llegó a donde quería; tomo mi pene y comenzó a saborearlo, pasaba su
lengua a lo largo de todo el miembro erecto, lo introducía en su boca y
jugueteaba con su lengua y dientes, cada vez pronunciaba más sus labios en mi
pene y me hacía estremecer, controlaba los movimientos rápido y lento, era una sensación
de frio calor que no podía soportar tanto placer.
Se
detuvo dándome oportunidad de tomarla y besarla con urgencia era como si nunca
fuera a tener suficiente. Aleex, temblaba otra vez, estaba muy excitada y muy
nerviosa, lo note y dulcifique mis besos y caricias.
—Tranquila,
yo también estoy nervioso. Pero esto está bien, tiene que estarlo, yo nunca,
nunca, había estado así por nadie. —La bese intentando transmitir lo que no
podía decirle con sus palabras—. ¿Me crees? —La mire inseguro. —Te creo. —Para
evitar llorar delante de mí en un momento como ése, me atrajo hacia su pecho y
me susurró al oído— Hazme el amor, Alex. —Me recorrió la oreja con los labios.
Me
estremecí. —Tus deseos son órdenes, princesa.

Nos
quedaron tumbados, abrazados, mirándonos el uno al otro asombrados, como si no pudiéramos
creer lo que acababa de pasarnos. Aparte un mechón de pelo que tenía en la
frente, ella me peinó un poco. Los dos teníamos el pulso muy acelerado.
Yo
fue el primero en hablar. —Cielo.. yo. —No continuó, cerró los ojos unos
instantes para recuperar el control—. Yo... —No sabía qué decir.
—Tranquilo.
A mí me pasa lo mismo.
—¿Sí?
¿Qué te pasa? —Le tome la mano y, cariñosamente, le bese los nudillos.
—Que
no sé cómo explicar lo que hay entre tú y yo. — Ella se incorporó un poco y me
dio un beso muy dulce.
—¿Y
no te da miedo? —pregunte asombrado de que ella estuviera tan tranquila. —Un
poco. Pero creo que merece la pena que nos arriesguemos.
—Espero
que tengas razón, Tengo que levantarme. Le di uno de aquellos besos que la
dejaban sin sentido y me fui hacia el baño.
¡Nunca
antes había sido tan feliz!